miércoles, febrero 25, 2009

Ordalías

(Moisés niño tira la corona del faraón en la "ordalía del fuego" - Miniatura del Libro de Horas de Luis de Orleans. Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo. 1490)

Desde que el hombre tuvo conciencia ha perseguido lo que hasta el día de hoy sigue siendo una utopía: conseguir que cada cual sea juzgado y tratado según sus actos y comportamiento y muchos han sido los sistemas que se han usado para, de manera más o menos rocambolesca, la verdad saliera a la luz para así poder aplicar la justicia. Una des estas prácticas judiciales es la conocida como “Ordalía”.


Se trata la Ordalía de una prueba, tomada como mágica o religiosa, cuyo único fin consistía en demostrar la culpabilidad o inocencia del acusado, recurriendo para ello a la intervención divina.

Ya desde muy antiguo, muchos eran los pueblos y culturas en los que se hacía uso de esta práctica. Hebreos, babilonios y asirios la realizaban de forma habitual. Igualmente culturas africanas y asiáticas la tenían al uso.

Europa Occidental sin embargo no heredó esta práctica del mundo grecolatino, sino del germánico, siendo sacralizada por el cristianismo durante los primeros siglos medievales. Su uso se hacía mayoritariamente con miras a la resolución de procesos de carácter penal.


(Los libros católicos escapan de las llamas - Oleo de Pedro Berruguete)


El significado original de la palabra, en el mundo anglosajón y alto alemán, era “juicio”, y bajo el latín pasó a designarse el “juicio de Dios”, por considerarse veredicto divino.

Desde antiguo las ordalías eran competencia de los sacerdotes, a los que se consideraban interlocutores escogidos entre la divinidad y los hombres. Cuando la iglesia cristiana asumió el poder espiritual en Occidente, heredó también la autoridad sobre los juicios divinos, una práctica que, desde la propia institución, se interpretaba como demasiado próxima al mundo de la magia. De ahí los intentos de erradicar su uso, que llegaron a incluir penas de excomunión.

Existían varios tipos de Ordalías o Juicios de Dios a las que se sometían al acusado, dependiendo del delito cometido.

Estaban las llamadas “Ordalías del agua fría”, destinadas más comúnmente en acusaciones sobre magia, brujas, villanos y malhechores.

En los casos más leves se arrobaba al acusado a un río para que alcanzase la orilla opuesta. Se consideraba culpable si no lo conseguía.

También se los solía sumergir atados de pies y manos a un foso lleno de agua y comprobar el proceso del cuerpo: si se hundía el veredicto era de inocencia, pero si salía a flote era culpable, pues ni siquiera el agua quería tenerlo y lo rechazaba.


("La Ordalía del hierro candente" - Oleo de Dierick Boust - siglo XV)


Las “ordalías del agua caliente” se usaban en investigaciones sobre paternidad o delitos contra la propiedad una de las pruebas más frecuentes, para ello se introducían en una caldera de agua hirviendo piedrecillas que el acusado tenía que sacar. Posteriormente, y vendados brazos y manos, se dejaba pasar un prudencial periodo de tiempo (días), antes de proceder a retirar el vendaje. La ausencia de quemaduras indicaba inocencia. Por el contrario la culpabilidad era evidente si éstas existían.



Una variedad de la Ordalía del agua caliente era la del hierro candente, hierro al rojo vivo que el inculpado debía sujetar caminando unos pasos con él en las manos. El proceso seguía de la misma manera que con el agua caliente. En algunos lugares estas pruebas sólo se practicaban con mujeres sometidas a juicios graves.



(María, madre de Jesús, se somete a la Ordalía de "las aguas amargas" para probar su virginidad - Relieve bizantino en márfil hecho en el siglo VI. Museo del Louvre, París)


La ordalía de “Las aguas amargas” aparece en el Antiguo Testamento (Números 5, 11-31) descrita la “Ley sobre los celos”, un tipo de ordalía de origen hebreo. Se utilizaba en casos de presunto adulterio y sólo con las mujeres. La acusada debía ingerir un brebaje preparado por el sacerdote y en el que se diluía, en agua consagrada y mezclada con tierra del suelo del Tabernáculo, un papel con estas maldiciones: “si no ha dormido contigo ninguno y si no te has descarriado, contaminándote y siendo infiel a tu maride, índemne seas del agua amarga de la maldición; pero si te descarriaste y fuiste infiel a tu marido, contaminándote y durmiendo con otro, hágate Yavhé maldición y execración en medio de tu pueblo y séquense tus muslos e hínchese tu vientre, entre esta agua de maldición en tus entrañas para hacer que tu vientre se hinche y se pudran tus muslos”. En la edad media la práctica de las aguas amargas aparece documentada en el mundo cristiano. En Ibias (Asturias), para juzgar a las presuntas adúlteras se mezclaba el agua bendita con el polvo obtenido tras rapar el altar de la iglesia.


(En esta pintura mural de Giotto di Bondone en la basílica de San Francisco, en asís, que data de 1298, San Francisco de Asís se somete a una Ordalía por el fuego ante el sultán)


Otras ordalías eran obligar al acusado a introducir su mano en una olla de agua o de aceite hirviendo para recuperar un objeto depositado en su fondo, caminar entre hogueras o sobre brasas o barrotes de hierro candentes. En todos los casos, si el reo no presentaba signos de tales pruebas, era declarado inocente.

La práctica de la ordalía se fue restringiendo a partir del siglo IX y en el IV concilio de Letrán (1215) la Iglesia prohibió su uso para procedimientos civiles. El cambio se debió a la recuperación y adopción a partir del siglo XII del derecho romano y desarrollo del proceso judicial.

Aún así a práctica de la ordalía tardó en desarraigarse, y en los lugares regulados por derechos de carácter tradicional, o consuetudinario se mantuvo en vigor. Con el paso del tiempo fueron surgiendo pruebas más leves, como la “ordalía de las candelas”, que consistía en representar con dos candelas hechas con cera del cirio pascual al denunciante y al acusado en juicios de robo y hurto, venciendo aquel cuya candela se consumiese antes.


(El Papa Inocencio III (1160-1216), fue un firme perseguidor de las Ordalías)

Durante la edad media se creía en principio que cualquier contienda derivaba en un juicio de Dios, considerando que la divinidad omnipresente, era el juez supremo que debía decidir el resultado. Se puso en práctica en este periodo la llamada “prueba de los albats”, en la que dos familias en litigio sumergían a dos recién nacidos en agua y ganaba aquella cuyo niño se hundiese más.

Alfonso X el sabio reguló el llamado “duelo judicial”, un tipo de ordalía bilateral, lid o reto, practicado entre dos partes tras una acusación y ofensa medieval, y de uso generalizado en los siglos XIII, XIV y XV.

La condición social de los enfrentados determinaba la manera en la que debía desarrollarse el duelo, siendo usados palos, estacas o bastones en los enfrentamientos entre plebeyos, y caballos, lanzas y espadas si se trataba de nobles.


Paulatinamente las ordalías fueron dejándose de usar, siendo reemplazadas por otros métodos menos agresivos. Su evolución dio origen a los juicios modernos, aunque desgraciadamente en algunos casos, poco se diferencian de los de antaño.


Fuentes: Enciclopedia Universal – Espasa-Calpé

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